LO QUE NO PODES PAGAR
Cuando son las seis, la hora en que finaliza la feria, una música horrible y muy fuerte, empieza a salir de los alto parlantes. Los organizadores buscan con esto que la gente no pueda comunicarse y por ende, tengan que dejar de trabajar. Es resultado es miles de personas apiñadas en las salidas, apuradas por subir al colectivo que los llevará a sus hoteles donde no hay mucho por hacer más que que ir al gimnasio y seguir trabajando. Si, este es un acto reflejo, una costumbre que todos traemos de nuestras casas.
Así venía yo, adormecido siguiendo al rebaño, hasta que vi a un hombre arrodillado, rezando. Al principio creí que se había desmayado, pero entonces se irguió, dijo unas palabras mirando el cielo y volvió a apoyar la frente en el piso. No fue precisamente el rezo lo que me llamó la atención, sino la capacidad de este hombre de abstraerse del entorno, de saber tomarse su tiempo, de por qué no, cuidarse. Me hizo acordar a Chejov, que siempre se quedaba un rato más en el teatro después de terminada la función, para ver como la escena terminaba de desarrollarse. Me pareció un gesto demasiado poético para un lugar tan comercial, y me dije, o más bien me obligué, a usarlo como disparador. “Que está sea la chispa que encienda el fuego de está noche”
Verán, hace quince días que estoy en la feria de Cantón en China, pero yo me siento en el desierto. Y en este desierto oriental, todos los días son iguales. Me despierto a las siete ya agotado porque vengo dando vueltas en la cama desde la cuarto. Desayuno un mate cocido con una banana, porque si hay algo que no aguanto es la sopa con fideos que sirven acá. Me acostumbré al arroz sin sal y al pollo frío, puedo tomar té todo el día y comer con palitos, pero eso me excede. La primera vez que la probé tuve setenta arcadas seguidas. Luego voy a la feria, y me pasó todo el día recorriendo stands, buscando el precio más bajo. Podría haber dicho “Buscando novedades”, pero en China nadie respeta al creativo, en cuestión de horas se copia lo que hizo el stand vecino, por lo que el verdadero jugo está en el precio, y no hay nada más aburrido, más deprimente, que buscar el precio más bajo. Cuando por fin suena esa música horrible, vuelvo a mi hotel, que queda cerca de la feria pero lejos de la ciudad, dejó la valija repleta de muestras en la habitación, cenó en el lobby lo mismo que almorcé al mediodía y me voy al gimnasio con el fin de terminar agotado y así procurar un sueño ininterrumpido, que por supuesto, nunca ocurre.
Seguro pensarán que estoy exagerando, y quizás tengan razón. Lo cierto es que no me molesta tanto la comida, el ritmo de trabajo ni las pocas horas de sueño. Lo que me duele es el vacío, la falta de contenido que tienen mis días acá. Desde que llegué no escribí una página de mi diario, no por cansancio ni falta de tiempo, sino simplemente, porque no tuve nada interesante para contar. Salvo por la de la feria, casi no escucho música, Netflix (al igual que Google y las redes sociales) están prohibidas en China y el libro que me traje me parece muy aburrido. No porque sea malo, sino porque estoy desconectado.
Por eso antes dije que me sentía en el desierto y no, por citar otra imagen, “Nafragando en el mar”. El agua es un elemento mucho más afable, más puro”. En cambio la arena te lija todo lo que te sobra, lo que te contiene. Te hace sentir solo, y como no podes dormir, tu cabeza no para de pensar. Llega entonces un momento (a todos nos llega) en que sentís el vacío, hasta lo podes tocar. Te duele la falta de contenido de los días, y es así como el desierto, ese mismo que te saco lo que te contenía, te cobra además lo que no le podes dar.
Ya es de noche acá, y aunque las rascacielos iluminan todo este desierto, me es imposible seguir escribiendo. Estoy sentado en la ventana de mi habitación con el cuaderno en la mano. Quiero escribir una oración más, pero no me sale. Me duele, pero debo admitir que la chispa no prendió, que este fuego no calienta. Aun así, voy a llevarla conmigo, adentro mío, porque aunque no lo parezca, esta chispa puede prender fuego un bosque entero. Ahora que lo pienso, quizás sea como decía mi abuelo, que estuvo en más de cuarenta ferias, “Todos los días un poquito mejor” O quizás el secreto está en la búsqueda y no en el fuego. Me releo y caigo en la cuenta de que son muchos quizás y hay una sola certeza: “Es una noche fría en este desierto”
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