Cuánto falta para las pastillas

Es viernes, ni siquiera son las diez y ya estoy acostado en la cama. Todas las luces están apagadas, el televisor también. Estoy tan cansado que me resultaría imposible seguir el hilo de una película. Pensar que antes trabajaba, iba al gimnasio y todavía me quedaban fuerzas para ir a un bar, acostarme a las dos, levantarme a las siete, y pasarme todo el sábado tomando sol para estar bronceado en el boliche. Por suerte aprendí una o dos cosas, como por ejemplo que el bronceado y el gimnasio, son modas. Antes, cuando la mayoría de la gente trabajaba en el campo bajo el rayo del sol y ganaban dos chirolas, estaba bien visto ser gordo y estar pálido. Hoy que nos pasamos diez horas por día en una oficina postrados en una silla y frente a una pantalla, es moda el bronceado y los cuerpos fibrosos.
Eso pensé el viernes cuando fui a buscar el coche al estacionamiento. Le di el ticket al cuidador, y este tenía que pasarlo por el scanner para que la computadora le dijera mi importe. El tipo estaba sentado en una silla baja, y sin embargo, no se paró. Estiró lo más que pudo el brazo, pero el scanner seguía sin leer el código de barras. Estuvo quince minutos moviendo las manos, puteando, y sin embargo, nunca atinó a levantarse. Ojo, no lo estoy juzgando, es una víctima de la flojera que está viviendo nuestra sociedad. La gente sube y baja por los ascensores, piden comida mediante una aplicación y hasta existen robots que te limpian la casa. Hay gente que va en auto hasta el gimnasio para correr en la cinta o pedalear en la bicicleta fija. Creo que en el futuro, los hombres deberían venir sin piernas. Que nos desplacemos con las manos, o, lo que es mejor, que nos mueva el viento.
Si, cada vez hacemos menos esfuerzo físico, y sin embargo este viernes estoy devastado. El problema es que mientras nuestros cuerpos languidecen, nuestras mentes nunca dejan de funcionar. Siempre nos piden más. Hace poco mi dentista me dio una plaqueta porque se me habían gastado los dientes mordiendo mientras dormía.
- ¿Y por qué mierda muerdo mientras duermo? — le pregunté no entendiendo bien si me estaba haciendo una broma.
Se señaló la cabeza y después me digo esa palabra que tanto se puso de moda, como el gimnasio, como la cerveza artesanal, como el bronceado. “Stress”. Hace cinco meses que uso la plaqueta y, a pesar de que me levanto con un aliento nauseabundo, ya no me duele el cuello, ni los hombros, ni la mandíbula. Ahora me doy cuenta de que mi dentista tenía razón, muerdo los dientes porque mi cabeza no para, cada vez me cargo de más cosas. Nuevos planes, nuevas metas que lograr, o compromisos, porque no se decir que no. A veces, este jueguito de ser escritor se convierte también en una carga. Y cuando la carga se vuelve pesada, mordemos los dientes mientras hacemos fuerza para levantarla.
Si me vieran ahora, un viernes a las diez de la noche, con la plaqueta puesta y la tira arriba de la nariz para no roncar, se darían cuenta que quien les escribe, no sabe nada de la vida. Que puedo agregar yo a su vida si ni siquiera se dormir. A veces me preguntó: “¿Cuántas cargas más me faltan para que aparezcan las pastillas?”
Ya deben ser las once, por la ventana de mi pieza veo que el árbol de la calle ya empezó a florecer. Aunque debe tener más de cincuenta años, no se lo nota ni viejo ni cansado. Quizás sea porque no carga con nada, no ambiciona más hojas y no lo entristece su caída. El árbol solo se preocupa por ser. Me gusta mirar los árboles. Antes, cuando corría para ir al gimnasio, al trabajo, al bar, no tenía tiempo para detenerme a ver esas cosas. Ahora no corro y sin embargo estoy tirado y cansado. Mañana sábado mi Google Home me va a levantar a las siete con el tema “Viendo las ruedas”. De todos los de Lennon, ese es mi preferido porque habla de esos cinco años en que John se dedicó solo a cuidar a su hijo Sean. Imaginen a un ex Beatle devenido en niñero. Hay una parte que dice “Solo estoy parado acá / mirando las ruedas girar y girar. / Me encanta ver sus giros. / No más viajes en "El trenecito de la felicidad" / Eso ya lo deje ir”
Me gusta pensar que, a fuerza de escucharla varias veces, quizás aprenda una o dos cosas más. Quizás aprenda a liberarme, a dejarlo ir.


Comentarios

Entradas populares