CAMBIO MI ALMA POR UN PAQUETE DE RUMBA
El reloj que está en la mesita de luz del hotel dice que son las cinco de la mañana. No sé de qué día. Bueno, sé que es lunes, pero no se el número ni tampoco tengo ganas de chequearlo.
Llevo tres días en Hong Kong, tres días de feria, y me cuesta dormir. Siempre me levanto a las cinco, no importa cuántos proveedores haya visitado. En estos tres días, siempre almorcé y cené lo mismo: arroz con carne de cerdo. Y lo peor es que, en el restaurante que está cerca del hotel (y en todos los de ciudad) es imposible conseguir sal, así que no me queda otra que bañar el arroz en salsa de soja para que tenga algo de gusto. Me siento como si hubiera vivido siempre en la casa de la bruja del cuento de Hansel y Gretel, esa que está hecha de golosinas, y ahora que salí al bosque, y que sobrevivo con hongos y trufas, me doy cuenta de todo lo que me perdí. Ayer mientras masticaba el arroz, le dije a Achi: “Cambió mi alma por un paquete de Rumba”
Si, el hambre y el mal sueño me tienen en un estado de pensamiento constante, mi cabeza no para. Es como si tuviera que llenar ese vacío con algo, por más que sea aire. Ojo, no quiero que esto suene a queja, solo pretendo que entiendan mi estado, y como este minimalismo me ayuda a ver mi vida, y la vida en general, desde otro ángulo.
Sharon, una china que me vende sacapuntas, trabaja de lunes a sábados, jornada completa, en la oficina atendiendo clientes. Los domingos que tiene libre (algunos clientes le caemos los domingos), viaja al pueblo de su familia (que está a una hora de Ningbo) a cultivar arroz. Un arroz igual al que estoy comiendo yo ahora, el mismo del que me quejé al principio de este texto. Cuando me contó esto, pensé “Eso no es vida” y recordé esa frase de Henry Miller que leí durante el vuelo en Trópico de Capricornio “En los país nórdicos, donde hace mucho frío, la gente se mata trabajando, porque no tienen mucho más para hacer. Y cuando tienen hijos, le venden la mentira del trabajo, le dicen que el progreso es la única forma de vida. Y así los vuelven esclavos del sistema que ellos tampoco pueden sali”
Es verdad que China no es un país nórdico, no fue el frío sino el hambre quien les inculcó la cultura del trabajo. También es cierto que cualquier camino que uno tome termina en la nada, ya sea el trabajo arduo o el hedonismo, todo esconde un complejo, y eso que tanto nos enamora, nos termina condenando.
La cosa es que yo estaba sintiendo pena por la pobre Sharon y su vida “vacía”, cuando ella se me adelantó y me dijo que, cultivar arroz en el campo, era lo que más disfrutaba hacer. Se lo que están pensando, otra más que tiene el germen del trabajo metido hasta la médula. Pero hubo algo en el tono de voz, en la forma en que se rió, en la mirada, sobre todo en la mirada, que me decía que no mentía. “Los ojos chico, los ojos nunca mienten” Alguien cambió la conversación, y yo estuve todo el día prendido con el mismo tema.
Me cuesta entenderlo. Dicen que en las cosas simples está la verdadera felicidad. Puede que sea cierto. Por suerte todavía me quedan quince días más en China para seguir indagando, para empezar a enamorarme del bosque.
Por lo pronto, puedo asociarlo con algo que me dijo mi tío hace años, él también trabajaba en el campo. Era lo único que hacía, su vida se centraba en sus vacas. No miraba fútbol, en el pueblo no había cine, había leído dos libros en toda su vida (los dos de ganadería) y no tenía amigos. Una vez lo acompañé a ver las vacas: era un domingo, íbamos los dos a caballo, eran como las siete de la tarde y el sol se estaba escondiendo. Llevábamos quince minutos de cabalgata en silencio, lo único que se escuchaba eran los pasos del caballo. Yo me quería volver, empezaba a hacer frío, entonces mi tío, que no era un tipo de muchas palabras, respiró hondo, me señaló el horizonte y me dijo “Pensar que me pagan por esto”
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