EL ORIGEN DE SU TRISTEZA

“Soy un fotógrafo, capturo mentalmente todos esos detalles que me llaman la atención. A la noche, en la oscuridad de mi cuarto, me siento a revelarlos: los transformo en palabras, los convierto en historias”
Eso pensé anoche en un bar de la peatonal de Guangzhou, que esta rodeada de edificios cuyas fachadas tienen luces de colores haciéndolos parecer arbolitos navideños. La zona es completamente turística, al chino tradicional, ese que directa o indirectamente sufrió la hambruna que dejó la guerra civil, ese que aprendió a vivir sencillo, no lo encandila lo externo. Sabe apreciarlo, pero no lo desea, no lo desvela, tiene que su camino está en otro lado. Facundo Cabral decía que “El hombre debe producir por lo menos lo que necesita”. Yo opino lo mismo, por eso creo que China va a convertirse (si todavía no lo es) en la primera potencia mundial: ellos producen mucho y no necesitan poco para vivir. Es como si no trabajaran por dinero, sino porque creen que la vida no es completa sin sacrificio. Se que suena a libro de autoayuda, pero este texto que ahora están leyendo, y que me costó una semana entera de correcciones, no me da ningún retorno. Lo hago porque no entendiendo la vida sin escribir.

Pero basta de vueltas, les decía que fuimos a un bar que tenía un karaoke y que se podía fumar, dos cosas que terminaron arruinando mis ojos, la ropa y los oído. Todavía siento el zumbido, pero no quiero dejar este texto para mañana, no quiero olvidarme de los detalles. No se bien por qué en todos los bares de China hay karaoke. Cualquier plan nocturno: una reunión de negocios, una salida con amigos, hasta una primera cita, siempre termina en karaoke. Quizás se deba a lo cerrado que son, a lo poco que demuestran lo que sienten, que la
única forma que conciben para sacar el peso interno sea cantando.
El lugar estaba lleno, las mozas no podían con todos los pedidos, la comida tardaba una eternidad. Yo tenía hambre, estaba cansado, y para colmo, tenía que aguantar a un gordo grandote cantando el tema “Sweet dreams are made of this” mientras el humo del cigarrillo me terminaba de arruinar. En la mesa de al lado, siete hombres de sesenta años y tres veteranas no dejaban de gritar. Eran todos yankees, se creían superiores y querían hacerlo notar. Cuando el gordo terminó de desafinar, se bajó del escenario y se fue para esa mesa. Todos le chocaron las manos, nadie lo abrazó, estaba muy transpirado.
Al rato llegó la comida, que era espantosa, pero al lado del arroz sin sal que había comido al mediodía en la feria, era como un asado en Refinería. El ambiente estaba mejor, habian suspendido el karaoke, una banda ocupaba el escenario, y parecía que los que fumaban, se habían quedado sin cigarrillos. Mientras devoraba el plato, noté por primera vez la presencia de un hombre canoso que estaba sentado a mi lado, sentado en la mesa de los yankees. El detalle que me llamó la atención fue un círculo rojo, ubicado en su mejilla derecha, como si fuera el maquillaje de un payaso. El tipo se dio cuenta que le estaba mirando esa deformidad en su piel, así que desvíe la mirada y le vi los hombros caídos, las manos sujetando su cabeza como el pensador de Rodin. Me miró a los ojos, yo le sonreí, él me devolvió una mueca que tenía la tristeza de un jubilado al que nunca van a visitar al asilo de ancianos. Nuestro momento se interrumpió cuando el gordo “Sweet dreams”, subió al escenario y le pidió a la banda que tocara el feliz cumpleaños. Todos abrazaron al canoso del círculo rojo, esto lo alegró un poco, se irguió y acompañó toda la canción aplaudiendo. Hernán, que estaba conmigo y con mi hermano, brindó con él. Me gustó ese gesto y un poco sentí envidia por no haberlo hecho primero. Luego la banda volvió a tocar y yo creí entender la razón de su tristeza: “Guangzhou no era un buen lugar para festejar un cumpleaños” Quería hablarle, dividir su amargura, diluirla. Pero entonces el gordo subió por tercera vez al escenario y pidió otra vez el Feliz cumpleaños. La banda lo tocó con menos ánimo y cuando terminó la canción por fin pude entender la desazón del canoso: ninguno del bar, ni tampoco de su mesa sabía su nombre. Había un silencio que cuando se llegaba a esa parte de la canción que lastimaba. La banda tocó el feliz cumpleaños por tercera vez, pero el canoso ya no escuchaba. Se había acercado a una prostituta que estaba en la barra, que vestía un tapado marrón aunque adentro del bar hacía como cincuenta grados. Cuando fui a pedir un trago, me di cuenta que el canoso le mostraba algo en su celular, una foto de una nena de unos quince años, seguramente su hija. Todos nos trajimos un peso a China, y a medida que pasan los días, ese peso se va volviendo más insoportable. En algún momento a todos nos agarra el bajón. Mientras estamos activos, corriendo en la rueda visitando los stands, negociando, el tiempo pasa rápido y no tenemos tiempo de analizar nada. Pero cuando nos bajamos y vamos al costado de la pecera, todo eso que nos pesa se nos viene encima. Sócrates decía que “Una vida sin examinar, no vale la pena ser vivida”. Woody Allen le agregó “Pero la vida analizada tampoco es una ganga”
Mientras meaba, imagine una segunda historia, quizás estaba separado, distanciado de su familia, y ninguno le había escrito en ese día tan frío y tan especial a la vez. Cuando volví al salón, el pelado ya no estaba. Estuvimos media hora más adentro y después salimos a buscar un taxi. Caminamos por la peatonal y cuando doblamos en la primera calle, casi nos chocamos con el canoso y la prostituta, que venían tomados de la mano. La mancha en su mejilla derecha había desaparecido, ahora toda su cara era roja, ya sea por el efecto del viagra o el alcohol.
Conseguimos por fin un taxi, media hora después, que solo aceptó llevarnos si le pagábamos el triple de la tarifa normal. Podría haber esperado otro, pero no quería que este rollo se terminara velando.


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