PREGUNTAS INCÓMODAS
Las ciudades Chinas se distinguen por lo que producen. Shenzhen se especializa en tecnología, Chaozhou en cerámica. En Shantou se hacen juguetes, y ahí llegamos con Achi, un viernes a las dos de la mañana.
Niva y Nina nos recibieron sonrientes, a pesar del día, el horario y de que nuestro avión se había atrasado más tres horas. En realidad sus nombres eran Wei Yufan y Zhuo Qunying, pero es común entre los chinos que trabajan como agentes, buscarse uno inglés. Nos llevaron en auto hasta nuestro hotel, nos ayudaron con las valijas y con el check in, nos dieron una canasta de frutas y nos desearon dulces sueños. Ninguno de los dos pudo responder a semejante recibimiento, ambos cargábamos hambre, sueño y mucho jet lag.
A las siete de la mañana nos buscaron por el hotel. Era sábado y la calle estaba llena de operarios yendo en moto a las fábricas. Ninguno llevaba casco, y para colmo manejaban mirando el celular, sin respetar los carriles, el sentido de la calle, menos aún los semáforos. No pasó mucho hasta que tumbamos a un viejo que viajaba en una moto toda destartalada. Nina, que iba de acompañante, se bajó y ayudó al viejo a ponerse de pie. Luego ambos levantaron la moto en silencio, sin gritos ni puteadas. Al viejo le sangraba la rodilla, así que Nina se quedó con él para comprarle “Medicina” y nosotros seguimos nuestro rumbo. A medida que nos alejabamos del centro, las cosas se volvían más humildes: las casas eran de chapa y estaban rodeadas de grandes plantaciones de arroz. “Las espigas doradas ya están para cosechar” nos explicó Niva. Luego vinieron los criaderos de gansos, las calles de tierra, los campesinos usando el típico sombrero cónico hecho de bambú. Alguno de los dos dijo lo que decimos siempre que entramos a una zona fulera, “Acá se lo culearon a Rambo”, y aunque nos reímos, al toque volvimos la atención al camino.
En la primera fábrica había una gigantografía de Mao. Le pregunté a Niva el por qué de la foto, pero solo me respondió “En China no se habla mucho de eso”. Luego se rió y se tapó la cara con la palma de la mano, como hizo cada vez que le hice una pregunta “incómoda”. Mientras escribo esto, caigo en la cuenta de lo pesado que estuve. Pero quiero que entiendan que para mi las personas son como libros, en el sentido de que todos encierran una historia. Y lo que más me gusta en este mundo es leer.
Visitamos dos fábricas más, luego fuimos a un showroom que concentraba todos los juguetes que se producían en la ciudad. Ni bien entramos al lugar, unas cincuentas personas nos recibió con aplausos. Nos quedamos duros, ninguno se esperaba eso y además, nunca nos habían aplaudido tanta gente. A decir verdad, nunca nos habían aplaudido. Caminamos entre los aplausos hasta un gran salón repleto de juguetes que no terminamos de recorrer ya que Niva tenía que ir a aplaudir cada vez que llegaba un nuevo cliente. A las diez nos vinieron a buscar para cenar. Nadie nos había hablado de una cena, así que caminamos desconfiados hasta una gran habitación donde había una mesa de mármol circular que tenía como cinco metros de diámetro. Nos sentamos en los únicos dos lugares libres y empezamos a elegir de los diferentes platos de comida que giraban encima de una placa, también de marmól, situada en el centro de la mesa. Los platos eran: ánguila frita, costillas de cerdo, pato con la cabeza también hervida y unos pescados que daban miedo aún después de cocinado. Todo estaba acompañado con una gran fuente de arroz, por supuesto, sin sal. Antes del postre, un chino petiso y gordo se paró y dijo unas palabras. Niva nos comentó que era Adam, el dueño de la empresa, que no hablaba inglés y que estaba muy contento de recibirnos. Cuando Niva terminó de hablar, se rió y repitió el mismo que describí antes. Dos mozos se acercaron a Adam, uno con una botella de whisky, otro con una bandeja con veinte vasos, y se puso a brindar con todos los de la mesa, fondo blanco. Cuando llegó mi turno, (yo era el número doce), Adam estaba todo transpirado, tenía la cara roja y un aliento terrible. No quería entender que yo no tomaba, me gritaba “Chinese tradition”, y me escupía toda la cara. Por suerte Achi se paró y se tomó mi whisky y el suyo. Cuando Adam terminó la ronda, se desplomó en su silla y le cedió el turno a la vicepresidenta, una mujer de unos cuarenta aún más petisa que él. Todos siguieron tomando, pero nosotros volvimos al gran salón de juguetes repletos de pedidos. Cuando nos estábamos yendo, a eso de las once, nos cruzamos con Adam y la vicepresidenta, que caminaban abrazados y cantando. Nos abrazaron a nosotros también, nos sacamos unas fotos que de seguro habrán borrado al día siguiente, luego Adam se llevó a rastras a la vicepresidenta.
El domingo nos pasaron a buscar de vuelta a las siete. La calle también estaba llena de motos, pero esta vez no sufrimos ningún accidente. Durante el almuerzo, pudimos hablar un poco más y nos enteramos que Nina tenía treinta, estaba casada y tenía un hijo. Niva había estado de novia hasta el año pasado. A regañadientes, nos contó que en China era costumbre que ambos padre de la pareja visitaran a un maestro para que bendijera la relación. Pero en este caso, el maestro no percibió un buen futuro y la madre de su novio los había obligado a separarse. Nos contó también que sus viejos estaban preocupados, “Tengo treinta y creen que soy vieja para conseguir un novio”, que les habían organizado un par de “citas”, pero que no había tenido suerte.
Niva nos llevó a aeropuerto y se quedó con nosotros hasta antes de abordar. Cuando le preguntamos que iba a hacer con lo que quedaba del domingo, nos respondió “Terminar de vaciar los carros”. La habremos mirado con lástima, porque cerró las manos como festejando y nos comentó “Mañana viene un cliente de Colombia”.
- Nos debes odiar - le dije.
- Al contrario - me respondió sin reírse ni taparse la boca - es un honor que nos vengan a visitar desde tan lejos.
Se que parece triste, se que nadie va a estar de acuerdo, pero está respuesta encierra toda la ideología china. Acá uno entiende porque son potencia mundial.
Antes de subir al avión, prometimos volverla a visitar el año que viene. Cuando me senté en mi asiento, pedí por un vuelo seguro, porque Niva consiga un buen un esposo y porque al colombiano no se le ocurra ninguna pregunta incómoda.
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